Estando embarazada ya barajé la posibilidad de dar a luz en casa con ayuda de una doula pero nuestra economía de entonces y el miedo a lo desconocido al ser padres primerizos nos llevó al hospital. Fue un parto largo, muy largo, pero feliz. Probablemente no fue un parto "soñado" pero cumplí dos de mis grandes deseos, no cortaron el cordón hasta que dejó de palpitar y pusieron al bebe en mi pecho antes de limpiarle y pesarle y todo eso. Una sensación indescriptible.
En ese momento cambió mi vida, pero no sólo mi vida, cambié yo como persona. Cambió mi forma de ver el mundo, mi forma de ver a las personas, pero sobre todo cambió mi forma de amar y comprendí que el amor era algo mucho más grande, más importante de lo que había pensado hasta ahora. Ese día entendí el puro amor.
Pero junto ese amor inefable que nos envuelve nos cubre también una lluvia de inseguridad que nos hace desconfiar de nuestro propio instinto, es normal, durante años nos hemos acostumbrado a ignorarlo, y de pronto no sabemos que hacer, queremos hacer lo mejor pero ¿qué es lo mejor?
Y si no es suficiente el vértigo de saber que eres responsable de una persona, que te necesita para todo, que te busca todo el tiempo, que necesita amor, alimento, calor, besos... Llegan los consejos no buscados, los estilos de crianza, miras a tu alrededor y te das cuenta de que algo no te convence, algo no sirve, no estás cómoda. Yo comencé leyendo blogs, y ahora aquí estoy escribiendo mi propia experiencia, porque puede que más mujeres se sientan igual, perdidas, sin encontrar en su entorno las respuestas que el corazón les pide. Porque no se pude ir contra nuestro instinto natural. Porque somos mamás y estamos felices de serlo.
Un abrazo
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